Jamás lo imaginé, debo reconocerlo.
Cuando decidí aceptar la invitación por parte del entonces coordinador académico de posgrado, lo hice motivado por llenar mi tiempo y porque representaba la oportunidad de mantenerme actualizado académicamente. Supuse que algún significado tendría que mi examen de grado viniese acompañado por dicha invitación.
Inicié así. Sin proponérmelo, sin buscarlo pero con el ánimo y el compromiso para desempeñarme lo mejor posible. Pensé que sería por un periodo determinado y hoy cumplo 15 años ininterrumpidos de ejercicio docente.
Suena como un largo camino pero la realidad es que me ha parecido corto a la distancia. Ha sido un oficio demandante y celoso pero placentero, motivante, leal y principalmente enriquecedor.
En todo momento un aprendizaje continuo. Preparar mi cátedra. Conocer al grupo. Poner las reglas del juego. Negociarlas. Enfrentarme a los No’s de la burocracia administrativa. Renunciar en alguna medida a mi vida personal pero recibir a cambio muchas más cosas. Hacerme consciente del impacto que tienen las palabras. No autorizarme enfermar. Recargarme con la energía que el ambiente universitario emana. Desarrollar habilidades que ni siguiera imaginé tener. Comprender que algunos alumnos son capaces de atentar incluso contra sí mismos por una calificación. Valorar que son los más, quienes están verdaderamente por aprender. Lidiar con mi ego docente y sobrellevar el de algunos de mis colegas. Entender que el salón de clases es el mayor punto de convergencia de ideas y saber que de alguna forma hacemos revolución. Traspasar las fronteras del salón de clases. Traspasar mis propias fronteras e invitar al alumno a también hacerlo. Aprender a recibir la crítica. Filtrar lo que no construye. Asimilar el impacto que tuvo en mi vida personal y profesional, la reflexión sobre determinado tema. Rechazar las respuestas fáciles. Exigir siempre más de quienes intuía podían dar más. Sobrevivir a la compleja tarea de calificar. Despedirme de cada grupo. Aceptar que todo tiene un principio y un fin.
No ha sido sencillo, pero tampoco puedo decir que difícil pues he tenido la enorme fortuna de contar con la aceptación del estudiante. No tengo asignaturas pendientes, ni deudas académicas que pagar. En mi balance hay más ganancias que pérdidas al regresarme multiplicado por un millón todo lo sembrado.
Agradezco a Dios por permitirme conocer mi propósito de vida y darme la posibilidad de dedicarme a él. Agradezco también a quienes directa o indirectamente han contribuido a que mi colaboración sea constante. Pero principalmente agradezco a los protagonistas de esta historia, los cerca de 1,400 alumnos de los que he aprendido durante casi 3,500 horas de ejercicio docente, muchos de los cuales hoy siguen presentes en mi vida más allá de un espacio físico ahora como amigos. ¡Gracias por tanto en estos XV años!